«La buena influencia no existe, señor Gray. toda influencia es inmoral, inmoral desde el punto de vista científico.(…) Porque influir en una persona significa entregarle el alma.»

Única novela de Oscar Wilde, El Retrato De Dorian Gray (1890) fue publicada por primera vez en la revista norteamericana Lippincott’s en julio de 1890. Pero fue su publicación en Inglaterra en 1891 la que chocó frontalmente con el puritanismo y la estricta moral de la sociedad victoriana, a la que Wilde retrata con gran ojo crítico. Tales diferencias no se quedarían en el libro y desembocarían años más tarde (en 1895) con la condena de Wilde a dos años de prisión por sodomía, que ya no se repondría nunca en su nueva estancia en París y moriría de meningitis en 1900.

 

Es éste uno de esos libros que pueden leerse tanto por su argumento, de evocaciones faústicas, como por su trasfondo dialéctico. La historia es bien conocida: un cuadro sufre el deterioro físico y psicológico que debiera padecer quien le sirviera de modelo, dejándolo libre de todo sentimiento de culpabilidad y de la huella del tiempo. Así, un joven inocente de extraordinaria belleza, se irá entregando a los placeres de la vida inducido por lord Henry Bottom, un aristócrata refinado y hedonista, para quien el joven Dorian será una marioneta a la que entregar su alma. Del otro lado está Basil Hallward, quien, conducido por una admiración hacia Dorian que roza la homosexualidad, tratará de contrarestar la influencia de lord Henry y llevar a Dorian por el buen camino. Casi podría decirse que Basil representa la conciencia de Dorian y lord Henry, su vanidad y arrogancia. Todo ello en un relato fantástico acerca de la supremacía del arte sobre la vida (la belleza perdura siempre en el arte) plagado de los ingeniosos epigramas de Wilde, en la boca, casi todos ellos, de uno de mis personajes predilectos de la literatura, lord Henry.